No pude ver el cuerpo de mi madre luego de que falleciera en algún lugar de Washington DC. Por 25 años nadie supo donde vivía, hasta aquel día en que murió.
Al ser su vida como una novela de ficción y fantasías me sentí llevada a crear mis propias historias sobre su desaparición. De casualidad llegué a las ventas de fin de semana y subastas donde conocí otras historias familiares. Comencé a entender que lo que estaba sucediendo en esas situaciones era mucho más que un acto puramente comercial. Comprendí que las familias en duelo estaban de luto no sólo por su ser amado sino también por los espacios donde habían vivido juntos. Durante dos años me acoplé al duelo de los otros para hacer el mío.